viernes, 25 de diciembre de 2009

Vestimenta de los Iberos

Túnica, bracae y sagum.




Dado que la ropa se hace con materiales perecederos (lana, lino), no se ha conservado ningún resto de la ropa que usaban los cántabros, sin embargo, sabemos por los autores grecorromanos que vestían como el resto de los pueblos vecinos: túnicas cortas de lino blanco; bracae o calzones cortos y el sagum. Puesto que el lino es caro y difícil de encontrar, puede sustituirse por el llamado algodón moreno o loneta, que da un aspecto bastante semejante. Con este material se pueden hacer las túnicas y bracae.



Para el sagum, que debe ser negro, podemos usar las viejas mantas de lana que se fabricaban en Palencia o la pieza de lana más gruesa que podamos encontrar. La túnica masculina debe llegar hasta medio muslo o en todo caso por encima de las rodillas y puede llevar mangas o no. Debe ser algo más amplia que una camiseta y el cuello es en forma de V. La túnica femenina llega hasta los tobillos y debe ser lo suficientemente amplia para mover las piernas con libertad. Se decoraban con motivos geométricos (y en caso de las mujeres, según Estrabón, florales). Probablemente en Invierno usasen túnicas con mangas largas y bracae de lana, como germanos, galos y britanos y en Verano quizás vistiesen únicamente la túnica o las bracae.



Las bracae pueden llegar hasta los tobillos o unos dedos por debajo de la rodilla. Eran ajustadas, aunque debe tener suficiente holgura para no estorbar los movimientos. Podemos usar como patrón un pantalón de chandal. No tienen bragueta y se sujeta a la cintura por medio de una cuerda. El sagum era un tipo de capa hecha con lana muy gruesa y negra que fue adoptada por la legión durante sus campañas en la Meseta. Se usaba para protegerse del frío y también como manta para dormir, de la misma manera que los escoceses usaban el plaid. Se sujetaba al cuerpo por medio de una fíbula y, al menos en el caso de los pueblos de la zona ibérica, se dejaba libre el brazo derecho.



Fíbulas, torques y otros adornos.



Las fíbulas más frecuentes estaban hechas en bronce, pero las hay de oro, plata y cobre, y tienen multitud de formas: omega, pie vuelto, arco, zoomorfas, etc. De entre las zoomorfas destacan las de caballo, que parecen ser un signo distintivo de la aristocracia guerrera. Es facil fabricar un tosco sucedáneo de las fíbulas en omega: basta con doblar en forma de círculo un alambre de latón o cobre. Lo otros tipos son más difíciles y requieren una cierta habilidad, conocimientos y equipo que no están al alcance de todo el mundo.



Los torques eran un tipo de collar circular que distinguía a los hombres y mujeres libres de los esclavos, que no tenían derecho a llevarlo. Además servía para distinguir a la gente según su clase social: el oro y la plata eran para los reyes, príncipes y la nobleza, el bronce para la gente común y los más pobres se contentaban con torques de hierro o cobre. Hay multitud de modelos y ningún torc es idéntico a otro. Es posible hacerse uno mismo un torc sencillo torsionando alambre fino de cobre o latón. Además de los adornos arriba comentados, también se usaban pendientes, anillos, diademas y brazaletes.



Espadas, puñales y vainas.



Existen multitud de ejemplos entre los pueblos vecinos, aunque entre los cántabros los hallazgos son aún escasos y debemos guiarnos por las armas representadas en las monedas de Carisius, idénticas a las celtibéricas. Hacerte un equipo básico y sencillo para la exhibición y el combate no es difícil, pero con algo más de esfuerzo puedes conseguir un equipo más elaborado, aunque difícilmente se puede llegar a hacer justicia a la extraordinaria capacidad artesana de nuestros antepasados. Todos los estilos que proponemos son de origen celtibérico y del área del Duero, de entre los siglos II y I a.C.



El estilo La Tène no llegó a implantarse en Hispania, aunque no faltan ejemplos. Una espada apta para el combate puede hacerse en casa con algo de esfuerzo. La espada era el arma típica de los celtas y símbolo de la nobleza. No hay dos iguales, aunque todas son para usar a una mano, con guardas muy pequeñas, puesto que los golpes se paraban con el escudo. Parece que los cántabros usaban espadas tipo gladius celtibérico (espadas de antenas atrofiadas), tal vez la falcata ibérica y la espada de gavilanes curvos, un modelo propio de la Meseta Norte.



Lo ideal es que la hoja se fabrique en acero EN45 u otros aceros con un buen temple, ya que el hierro o el acero dulce se mellan rápidamente y resultan peligrosos. El filo puede medir desde 35 cms. en los gladii más cortos; hasta 50-60 en los más largos y unos 80 en las espadas latenienses. La anchura varia entre los 3 y los 6 cms. No pueden tener acanaladura central, puesto que eso es propio de los modelos medievales. La punta era muy aguzada, ya que se usaban principalmente para apuñalar, aunque si la deseáis para el combate como medida de seguridad la punta y el filo se deben hacer redondeados. Deben medir unos 4 mm. de grueso en el centro y 2 en los filos. La empuñadura solía estar forjada en la hoja de la espada, aunque también las hay en bronce o en materiales perecederos (hueso, cuerno, madera).



Las piezas de la empuñadura son: 1) guarda, de la que podéis ver varios ejemplos. Varia en medida y forma en función de la hoja. 2) puño: depende del tamaño de la mano del usuario. Puede ser de una pieza o de varias. 3) pomo: los más corrientes son los de antenas atrofiadas. Las espadas latenienses encontradas en la Península tenían en general empuñaduras hechas en materiales perecederos, por lo que no conocemos bien su tipología, aunque podemos copiar los modelos galobritánicos. Todas las piezas de la empuñadura deben tener agujeros de sujeción de sección cuadrangular de las medidas de la espiga, que deberá ser de unos 20 cms. al menos, de lo que se recortará el sobrante una vez montada la empuñadura.



Si escoges una empuñadura en materiales perecederos (la opción más sencilla) tanto el frente de la guarda como el del pomo deben protegerse con una placa metálica, para evitar su rotura en caso de choque con otra espada. Una vez terminadas las piezas, colócalas en su sitio, comprueba su ajuste y elimina el resto de la espiga, dejando uno 5 mm de margen, a continuación desmonta la empuñadura, coloca la espada verticalmente y bien sujeta y pon nuevamente las piezas de la empuñadura bien encoladas con epoxy en la espiga y las piezas entre ellas. La cola que usaban los celtas se obtenía a base de hevir cartílagos y tuétano, pero es engorrosa de fabricar y huele mal. Tras pegar las piezas, debes aplastar el extremo de la espiga contra la chapa del pomo con un martillo de cabeza redondeada. Resulta más fácil si la empuñadura es metálica, porque podrías usar un soplete para reblandecer el acero. Cuida de que los golpes sean verticales y bien dirigidos, pues sino podrías romper la hoja o la empuñadura, si das contra ella.



La empuñadura de las espadas de gavilanes curvos o la falcata es totalmente diferente: no es una espiga, sino una prolongación del filo. La guarda de las falcatae se vuelve hacia atrás, protegiendo el puño. En la de gavilanes curvos se vuelve hacia las escotaduras de la hoja en la zona de contacto con la empuñadura, formando un par de círculos cerrados que le dan aspecto de arma de fantasía. Las cachas de ambas empuñaduras pueden hacerse en metal, madera, cuerno o hueso, marcando en el material elegido el perfil de la empuñadura. Tras recortarlas y pegarlas a la empuñadura, las aseguraremos con al menos 2 remaches.



Los puñales son de varios tipos, algunos de función puramente militar y otros exclusivamente doméstica. Entre los siglos IV-II a. C. existió un tipo bautizado Monte Bernorio-Miraveche (los nombres de los castros cántabro y autrigón donde aparecieron los primeros ejemplares) de lujosa decoración en las vainas y empuñaduras muy características, que guardan cierta semejanza con los puñales halstátticos. Los análisis metalográficos han desvelado que se fabricaban alternando capas de acero y bronce, quizás para dar flexibilidad al arma. Las hojas pueden pertenecer al tipo llamado "lengua de carpa", otros son de filo recto o tienen estrangulamientos centrales. Sus dimensiones van desde ejemplares apenas más largos que la empuñadura (probablemente ornamentales) a otros que parecen espadas cortas, de unos 40 cms. En las monedas de Carisio (acuñadas en el 24 a. C.) aparece representado un tipo que parece una derivación tardía de este modelo. Más recientes son los de empuñadura biglobular, ampliamente representados en las monedas de Carisio, de origen celtibérico y adoptado por los romanos (junto con el gladius) durante las guerras celtibéricas.



Son también abundantes los cuchillos afalcatados, que solían llevarse adosados en la vaina de las espadas, junto con unas tijeras y una punta de lanza de repuesto, a modo de "caja de herramientas". Algunos alcanzan los 20 cms. La fabricación de las empuñaduras es idéntica a la de las espadas y en otras ocasiones forma parte de la misma pieza de hierro que la hoja.



Una vaina sencilla, en madera o cuero puedes hacerla fácilmente en tu casa. Las metálicas con decoración son algo más complicadas. Como ocurre con las espadas, no hay dos vainas iguales, aunque existen tipologías claramente definidas. Para hacer una de cuero debes usar cuero delgado, que puedas cortar fácilmente. Debes cortar los lienzos con la forma de la hoja, con unos mms. de holgura, después debes coserlos con un hilo encerado o cordel de alfombras.



La vaina puede colgar de un pasador algo más ancho que el cinturón, sujetado a la funda antes de coserla o como era más corriente entre los hispanos, con 2-3 o 4 argollas laterales sujetas a una correa que cuelga en bandolera desde el hombro izquierdo. Para dar forma a la funda, métela en agua durante unas 12 horas, déjala secar unas 6 horas, coloca unas piezas que la separen de la hoja y estírala tanto como te sea posible alrededor de la hoja. Cuando se seque tendrás una buena vaina, que puedes adornar con finas chapas decoradas de bronce, cobre o latón, que puedes decorar tu mismo con un poco de habilidad en el repujado, la talla o más sencillo, bañando la pieza en una disolución de ácido: se le da una capa de barniz o la cera y rascando esta proteccion, se dibuja los motivos geométricos deseados. Si la chapa es de cobre, usa ácido clorhídrico, si es de latón, nítrico. Una vez decoradas las chapas, pégalas a la vaina con epoxy, o mejor aun, remachalas, pues de este modo es como iban sujetas. La boca de la vaina debe tener la misma forma que la guarda de la espada o puñal.



Las vainas de madera tampoco son difíciles. Corta dos láminas de madera ahuecadas en el interior para que la hoja pueda deslizarse entre ellas. También puedes pegar dos finas tiras a estas láminas para conseguir el hueco necesario para la hoja. La madera de pino puede servir perfectamente. Si forras en interior con piel de oveja, consigues dos efectos benéficos: la hoja queda sujeta y la lanolina engrasa la hoja cada vez que se desenfunde, protegiéndola del óxido.



Las fundas metálicas son las más auténticas, pero requieren mucha habilidad. Pueden ser de hierro, bronce, latón o cobre, en chapas de suficiente grosor para resistir los golpes y facilitar su manipulación. La chapa frontal puede llevar decoración y debe solapar a la posterior entre 1 y 5 mms. Batiendo las planchas entre sí puede lograrse un ajuste compacto sin necesidad de pegar o soldar. Esto se hace poniendo la hoja o una pieza de igual grosor en médio. La funda debe tener una cierta holgura para poder introducirla o sacarla sin dificultad.



Cinturones.



Los modelos usados por nuestro grupo son los broches de cinturón de la 2ª Edad del Hierro, del tipo Monte Bernorio-Miraveche, extendidos por buena parte de la Península Ibérica. Dada la escasez de investigaciones sobre la fase final del hierro en Hispania, no conocemos la evolución final de estos ornamentos en el momento de la conquista de los cántabros. Su decoración es compleja, a base de incisiones y calados, por lo que no todo el mundo está en condiciones de imitarla. La mayoría de los cinturones eran de cuero, de una anchura igual al broche. Podían decorarse con chapas metálicas y algunos estaban fabricados totalmente en metal.



Escudos.



El tipo más frecuente era la caetra, circular y de 2 pies de diámetro (unos 60 centímetros), generalmente fabricado en cuero y en ocasiones levemente convexo o incluso cóncavo, con umbo metálico (proteccion semiesferica para la mano) y adornos refuerzos también metálicos, al igual que el asa. Era el escudo típico de la infantería ligera, la más abundante tanto entre los cántabros como entre los demás hispanos. La infantería pesada y la caballería, que fueron tan apreciadas como temidas por Roma y Cartago por su fidelidad y eficacia en combate, usaban grandes escudos redondos semejantes al aspis griego y también los típicos scuta (singular: scutum) célticos, rectangulares, ovalados o hexagonales, de umbo esférico o espina.



Para construiros un escudo podéis optar por hacer una reproducción lo más exacta posible de las medidas, materiales y técnicas, con lo cual necesitareis un gran desembolso económico y habilidad como artesanos del cuero, la madera y el metal o elegir fabricar unas réplicas menos ambiciosas, aunque rigurosas, de dichos modelos, siguiendo los siguientes pasos:



1) en una plancha de okúmen de 1 cm. de grueso se dibuja la silueta elegida y se recorta. Las caetras se hacían íntegramente de cuero o de madera forrada de este material, pero por nuestra experiencia, en ambos casos, cuando se utiliza para el combate, acaban destrozados. En el centro del escudo se traza un círculo de unos 2 cms. de diámetro algo mayor que vuestro puño y lo recortáis.



2) con tiras húmedas de piel de buey de unos 3 cms., que puedes conseguir en curtidurías o desplegando huesos limpiadores para dientes de perros, forra los cantos del escudo con ayuda de cola de carpintería y grapas para que se sujeten en su sitio.



3) reúne sábanas viejas o cualquier otro tejido que puedas encontrar y pega capa tras capa sobre el escudo, con abundante cola. No hace falta esperar a que cada capa se seque. Con 3 capas se obtiene una buena protección, con 5 o 6 la protección es mayor. Más capas podrían darle un peso excesivo. Sobre la última capa debes extender cola para enmascarar la textura de la tela y ya está listo para pintar.



4) una vez pintado el motivo elegido (con pinturas mates), llega el momento de ensamblar el umbo, que puede ser troncocónico en el caso del tipo Monte Bernorio-Miraveche o semiesférico. Ambos tipos son difíciles de fabricar personalmente (lo sé por experiencia), por lo que lo mejor es recurrir a un herrero o taller metalúrgico que tenga prensa y troqueles de la medida requerida y que esté dispuesto a haceroslos, lo cual no es fácil). Si has escogido un escudo con espina, el umbo es totalmente distinto y sencillo: basta con adaptar una lámina de metal a la forma de la espina.

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