sábado, 26 de diciembre de 2009

La dama de Baza

Escultura del siglo IV a.C., una de las mejores muestras del Arte Ibérico. Está realizada en piedra caliza grisácea y representa a una mujer sentada en un trono.

Dentro de la iconografía ibérica, la dama de Baza no es un ejemplo aislado, pero su buena conservación y las especiales circunstancias de su hallazgo han hecho posible relacionar con ella otras piezas hasta ahora dispersas y faltas de explicación.

Los paralelos que este tipo de tallas presentan en todo el Mediterráneo nos llevan a interpretar a la Dama de Baza como una "diosa sentada", cuyo nombre ignoramos dentro de la iconografía ibérica, pero que debió cumplir un papel en el mundo indígena semejante al de Deméter o Perséfone en otras áreas. Se trataba de una divinidad protectora de la vida, que desde la niñez guardaba al individuo y que continuaba su labor después de la muerte, aunque su figura no pertenecía propiamente al mundo de la ultratumba.

Fue descubierta el 22 de julio de 1971 en unas excavaciones realizadas en el cerro de Cepero en la localidad de Baza (Granada). Todo parece indicar que era el enterramiento de un guerrero, según se deduce de las armas y utensilios que aparecieron al pie de la estatua.

Esta obra, por sus características y por su relación con la Dama del Cerro de los Santos y con la de Elche, es un buen ejemplo del arte ibérico, que recoge las influencias del Mediterráneo oriental y Helénicas.

La superficie de la piedra ha sido estucada y pintada totalmente en colores azul, rojo, marrón y negro, aglutinados con yeso. El trono tiene largas alas en el respaldo y está horadado en su lado derecho para recibir las cenizas del difunto. Sus patas delanteras son garras de animal.

La figura femenina presenta un rostro de facciones algo toscas, apreciándose su pelo negro peinado con dos grandes ondas laterales, por debajo del tocado. Éste consiste en una cofia o tiara que cubre parcialmente las orejas y que está decorado sobre la frente con tres bandas, siendo quizá la última una diadema. Los pendientes, de gran tamaño, debían de ser huecos, y penden directamente desde el lóbulo de la oreja.

Cuatro gargantillas cubren el cuello, dando paso a un collar formado por cuentas discoidales o en forma de tonel, del que penden cinco colgantes.

Un segundo collar sigue al primero, con tres piezas de forma acorazonada. El adorno personal se complementa con numerosos anillos en los dedos y varias ajorcas en cada muñeca.

En cuanto al traje, la figura va cubierta desde la cabeza a los pies por un manto abierto por delante que forma pliegues bien conseguidos, aunque convencionales, en los laterales de la cabeza y sobre el cuerpo.

Una túnica azul con una cenefa inferior constituye el vestido, bajo el que se aprecian dos sayas más, apoyada la segunda sobre los zapatos, que dejan adivinar la forma de los pies, apoyados sobre un resalte. La figura sostiene cuidadosamente en su mano izquierda un pichón pintado de azul con el ojo indicado mediante un círculo negro.

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