sábado, 26 de diciembre de 2009

La guerra como estrategia

La Guerra como estrategia de interacción social en la Hispania prerromana: Viriato, jefe redistributivo.








La semblanza que del famoso jefe lusitano consagra la historiagrafía antigua sirve de paradigma para reflexionar sobre un fenómeno de hondo significado en la vida de los pueblos prerromanos, la guerra. Entre los muchos enfoques posibles, la acción bélica es revisada en tanto mecanismo de contacto cultural generador a su vez de una serie de efectos sociales y económicos en el seno de los grupos litigantes. Recurriendo además de a las fuentes literarias, a apoyos arqueológicos (distribución de riqueza en necrópolis de fines de la Edad del Hierro, con especial atención a las “tumbas de guerrero”) y a modelos antropológicos, intentaremos dilucidar el papel que la redistribución de botines y tributos guerreros -entendidos como el resultado de un intercambio violento en cualquier de sus modalidades (contienda, ataque puntual, robo...)- desempeña en la articulación socio-política de las gentes del occidente peninsular. La manera en que los “jefes militares”, que son quienes suelen dirigir estos repartos, proceden a la distribución de mercancías entre la población, se muestra en el registro literario como argumento moralizante o anecdótico según los casos. Pero al tiempo constituye un testimonio útil para refrendar la existencia de una fuerte jerarquización habida cuenta que este procedimiento camufla en sí mismo una medida de ordenamiento social. Sólo en este sentido nos permitimos calificar a Viriato con el poco ortodoxo apelativo de jefe redistributivo.





“Era frecuente entre los pueblos peninsulares, antes y aún después de la llegada de los romanos, la formación de bandas armadas que desgajándose de las normas corrientes de vida se lanzaban a la aventura para vivir del robo y el saqueo. Los descontentos, los desheredados de la fortuna, los segundones, los perseguidos, los arruinados, todos los que, en suma, no sabían o no podían ganarse el sustento diario en paz y en armonía con el medio ambiente, iban a nutrir el núcleo siempre vivo y fecundo de estas bandas de forajidos.



Dada la procedencia de sus componentes y el régimen de vida a que estaban entregados, es de presumir -y los textos lo confirman, como hemos de ver- que en ellas las cualidades más destacadas habían de ser la audacia, la agilidad y la destreza; su modo de ataque preferido, el rápido golpe de mano; su defensa obligada, la ágil huída. Anidaban, como los pájaros de presa, en los escarpes de las sierras; allí tenían sus refugios y allí sus familias. Del monte o de la sierra bajaban al llano, cayendo de modo imprevisto sobre el pueblo o aldea elegido como víctima. Una noche bastaba para llevarse sus cosechas o sus ganados, volviéndose al amanecer a sus recónditos nidos serranos. También acechaban los caminos más frecuentados, despojando a quien tuviese la desgracia de caer en sus manos. Pero a todo otro botín preferían el ganado por su facilidad de conducción, por sus ventajas, como reserva viva y semoviente, y por su mayor valor. Los cereales necesitaban silos para su conservación, lo que no se avenía con los frecuentes traslados de las cuadrillas, a más que su transporte era difícil y engorroso. Los bienes de otro orden es natural que no interesen tanto, pues su modo de vida les impedía comerciar o cambiar. En suma, robaban, al parecer, para vivir” (1)



Cincuenta y cinco años atrás, con un discurso titulado “Bandas y guerrillas en la lucha con Roma”, del que las anteriores líneas constituyen el párrafo inicial, ingresaba como miembro numerario en la Real Academia de la Historia D. Antonio García y Bellido. Dicho trabajo marcó un hito considerable en la historiografía dedicada al estudio de las gentes del occidente hispano en víspera de su conquista y conversión en provincia del creciente dominio romano. Lo que antes había sido atención casi exclusiva a los hechos bélicos, el progresivo avance de Roma y la resistencia de los indígenas (no exenta de episodios heroicos tan del gusto de los intelectuales de la primera mitad de este siglo ocupados en la Antigüedad peninsular), se torna en el ensayo de García y Bellido, y no es el único mérito que atesora su discurso, en una indagación más profunda en las circunstancias socio-económicas y medioambientales que rodean a las comunidades del poniente ibérico. El rastreo de tal trasfondo y el diagnóstico final de los problemas que afectan a aquellas regiones le sirve a García y Bellido para entender -y quizá justificar- la imagen estereotipada que de los lusitanos y otras entidades indígenas brindan los autores clásicos, con precisión los conocidos pasajes de Diodoro (2) y Estrabón (3). Tales son los presupuestos que contribuirán a encasillar a estos pueblos dentro del cliché de fieros bandoleros y aguerridos pastores-guerreros desde entonces en la literatura científica. Así lo ejemplifican en una estampa tan gráfica como indudablemente cautivadora -por ello no nos hemos resistido a reproducirlas- las palabras de García y Bellido con que abríamos esta introducción.



Los objetivos de este artículo son modestos. No se pretende desgranar la mecánica ideológico-política que lleva a los escritores antiguos a esbozar tan particular dictamen sobre las comunidades prerromanas, ni revisar el legado del mismo en la tradición investigadora española; últimos y oportunos trabajos han ahondado en este propósito con buen tino (4). Tampoco tienen estas páginas por cometido específico la cuestión del “bandolerismo lusitano”, si bien será traído tangencialmente a colación en distintos momentos; la prolija bibliografía suscitada y una sensación de cierto agotamiento historiográfico van a evitar en esta ocasión que insistamos en el tema (5). Por parecidas razones, no es éste un estudio a fondo sobre las prácticas militares y el alcance total de la guerra en las comunidades prerromanas, materias a las que se han dedicado varias síntesis en los últimos años (6). Centrará nuestra atención tan solamente la interacción de tres aspectos, lógicamente relacionados con todo lo anterior, que se revelan de máxima importancia en el estudio de los pueblos ibéricos: la guerra como mecanismo de contacto cultural, sus distintos efectos resultantes (fundamentalmente económicos) y las consecuencias que todo ello depara en la articulación social de los grupos protagonistas. Más exactamente, lo que sigue no es sino un encadenamiento de reflexiones sobre la conflictividad bélica en las comunidades del occidente peninsular como vehículo de enriquecimiento económico y como estrategia de ordenamiento social, a partir de la observación de un par de acciones concretas: la toma de botines de guerra y su reparto por parte de las elites rectoras.



Más que como objeto de análisis monográfico, los protagonistas de este ensayo -lusitanos y pueblos vecinos (vetones, vacceos, astures...) en los últimos siglos antes del cambio de Era- serán tomados como exempla para ilustrar las ideas en discusión (muchas provisionales y no pocas arriesgadas dada la penuria documental; lo adelantamos ya). Para ello nos serviremos en primer lugar de las noticias literarias antiguas, escasas e imprecisas pero, qué duda cabe, de incuestionable valía si de ellas se hace un uso contrastado y crítico; en este sentido el capítulo de Viriato adquiere especial significación para nuestro propósito. Pero, además, se atenderá a la información arqueológica proporcionada por las necrópolis meseteñas más occidentales de la Edad del Hierro Final, especialmente las del círculo vetón, con el fin de hallar a la luz de sus datos, si no confirmaciones absolutas, siquiera algún apoyo relativo para nuestra argumentación. Cabe añadir finalmente que, en determinados lances y siempre con justificación lógica -creemos-, el método comparativo antropológico será un recurso al que acudir habida cuenta de la riqueza de miras que el dilatado horizonte etnográfico procura a la investigación sobre la Antigüedad.

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