sábado, 26 de diciembre de 2009

Paisajes Ibéricos

Desde la ventanilla de un coche, un tren o un avión el paisaje del campo siempre ofrece las mismas imágenes: cultivos distribuidos como en un mosaico de formas geométricas, viviendas, cobertizos, graneros, hermitas, caminos, acequias… ¿cómo era el campo ibérico?.




El ciclo agrícola

Navidad, Semana Santa, vacaciones de agosto, vuelta al colegio… nuestra vida a lo largo de un año es como un ciclo marcado por acontecimientos sociales. En el tiempo de los iberos el principio que marcaba ese calendario era la Naturaleza y las faenas agrícolas propias de cada estación. Nacimiento, madurez, muerte y renovación de la vida establecían el orden natural de las cosas e indicaban el tiempo para el trabajo y las ocasiones para el descanso y la celebración

El otoño era el tiempo para la siembra de cultivos como el trigo, la

cebada o la avena. Antes de arrojar la simiente había que preparar el

terreno con el arado, aireando la tierra y limpiándola de malas hierbas.

El invierno era una época de poco trabajo en el campo, y el tiempo que éste no exigía se dedicaba a tareas dentro de la casa o a la

recolección de leña.

En primavera en cambio todos los brazos eran pocos para recoger la cosecha. El trabajo de la siega era muy duro, y lo ha seguido siendo a través de los siglos hasta que se introdujeron las máquinas cosechadoras. Después de recoger el cereal había que separarlo de la paja y la cáscara, para finalmente almacenarlo en ánforas o en silos .

También en esta época del año podían sembrarse las legumbres y algunos cereales, para cosecharlos en el verano. En un mundo sin los modernos medios de hoy para abastecer a grandes poblaciones con recursos traídos de otras zonas, el éxito de este ciclo era esencial para garantizar la supervivencia de la comunidad. Los riesgos de que esto no se consiguiera podían ser provocados por las inclemencias del tiempo. Pero también era muy importante prestar las debidas atenciones a la tierra para evitar que ésta perdiera su fertilidad, abonándola con los excrementos del ganado, dejándola descansar o plantando cultivos de leguminosas que le devolviesen parte de sus nutrientes. Se suponía que divinidades del cielo y, sobre todo, de la tierra, protegían y propiciaban el surgimiento de la vegetación.



Las herramientas para trabajar

Sabemos muchas cosas sobre la agricultura ibérica gracias a los

instrumentos de trabajo encontrados en las ruinas de los poblados. Se fabricaban en hierro, y sus formas no han variado mucho desde entonces hasta tiempos recientes; tan poco, que los peones que excavaron muchos de estos lugares, gente del campo, conocían un nombre para casi todos estos objetos ibéricos. De hecho, algunos de estos utensilios no han cambiado y los podemos comprar en las ferreterías. Las rejas que se encajaban en el diente del arado eran muy eficaces para hendir la tierra, aunque esta fuese muy pedregosa, o pesada y empapada de agua. Cuando se quedaba pegada demasiada tierra a la reja, se quitaba con una herramienta denominada aguijada. A veces el uso del arado no era apropiado, y había que emplear palas, alcotanas y layas para romper el terreno.

En los huertos se empleaban legones y azadones para cavar acequias, dar forma a los surcos y abrir o cerrar el paso al agua.

Para eliminar las malas hierbas se utilizaban azadas, y escardillos, y

para cortar las ramas secas de los frutales o para recoger leña fabricaban podaderas y hachas.

En la siega se empleaban hoces muy parecidas a las tradicionales, aunque es probable que otras técnicas más antiguas no desapareciesen del todo.

Para recoger la mies se utilizaban rastrillos y horquillas, algunos de hierro, pero es de suponer que la mayoría eran de madera.



La propiedad de la tierra.

Una antigua leyenda ibérica, que nos ha llegado a través de escritores romanos, cuenta la historia del rey Habis, que enseñó a los hombres a cultivar los cereales, instituyó el trabajo y dividió la sociedad entre libres y siervos, liberando a los primeros de las faenas agrícolas.

Es muy posible que este mito fuese una forma culta que los monarcas del Sur tenían para expresar la importancia de su función en la sociedad. En una época previa a todo desarrollo industrial, la fuente fundamental de la riqueza era la tierra, y casi nadie tenía ocupaciones desligadas de ella. Sin embargo, como reza la leyenda, ya en este período su reparto no era equitativo. Con el surgimiento de las clases sociales la desigualdad se impone en muchas comunidades, dando lugar a una situación en la que una mayoría tiene que producir alimentos extra, para subsistir y al mismo tiempo permitir que restringidas elites de aristócratas vivan sin trabajar.

Cuando los romanos llegan a estas tierras, nos dejan testimonios del

problema de la propiedad como la inscripción de Torre Lascutana (Alcalá de los Gazules, Cádiz). Los habitantes de este lugar formaban una comunidad que trabajaba la tierra para su sustento. Pero si dentro de ella cada hombre o mujer podía considerarse libre, la población en su conjunto vivía sometida a la servidumbre por una ciudad cercana llamada Hasta, a la que tenían que rendir tributo y que podía disponer a su conveniencia de las tierras de Torre Lascutana. La intervención de un general romano puso fin a esta situación, y para que constase a generaciones futuras se puso por

escrito en una plancha de bronce que ha llegado hasta nuestros días.



El labrador mítico

Cuando en el arte ibérico se representan imágenes relacionadas con la agricultura, no debe verse en ellas una referencia directa a actividades productivas de la vida cotidiana.

Ese es por ejemplo, el caso del vaso pintado de Alcorisa (Teruel) en el que aparece un hombre conduciendo un arado tirado por bueyes. Este personaje simboliza posiblemente el acto de la fundación del orden establecido por parte de un antepasado remoto y de carácter mítico. Esta idea es afín a la del mito tartésico de Habis, que vinculaba el funcionamiento del ciclo agrícola con el orden social .

El arado también tiene una dimensión simbólica cuando aparece grabado en las monedas de Obulco (Jaén). Como la espiga o el yugo que lo acompañan, no expresan la riqueza real de la producción de cereales, sino la función protectora y potenciadora de la fertilidad por parte de una diosa, que se representa en el reverso de la moneda.

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