sábado, 26 de diciembre de 2009

La Numancia Celtibérica

Los trabajos arqueológicos llevados a cabo en Numancia han permitido diferenciar los perímetros de tres ciudades superpuestas, dos de época celtibérica y una tercera romana. La más antigua, a la que puso fin Escipión en el 133 a.C., tendría una superficie de unas 8 has.; una segunda, del s. I a.C., con la que se relacionan las singulares cerámicas monócromas y polícromas, ocuparía aproximadamente 9 has; sobre ellas se edificó en época romana imperial una tercera ciudad, que respetó el trazado básico de las anteriores, y que alcanzaría unas 11 has., a las que habría que añadir 5 has. más ocupadas por asentamientos artesanales en la ladera este.




Los cálculos de población, realizados atendiendo a la superficie habitada, posibilitan hablar de un contingente en torno a 1.500-2.000 personas de modo permanente, si bien podría admitirse un mayor número, por razones defensivas, en momentos excepcionales de conflagración bélica; ello permite compatibilizar estos datos con los aportados por algunos autores clásicos, que hablan de 8.000 guerreros al inicio de las Guerras Celtibéricas, unos 4.000 en el momento del cerco escipiónico, que suponiendo una familia de cuatro miembros detrás de cada guerrero representan unas 32.000 y 16.000 personas respectivamente, lo que podría entenderse en relación con la población de todo el territorio dependiente de Numancia.



La ciudad, fundada por los Arévacos, la tribu más poderosa de los celtíberos, al decir de Apiano, protegió sus ocho hectáreas con una potente muralla, reforzada con torreones y atravesada por cuatro puertas bien defendidas. La amplia superficie excavada (unas 6 ha) aporta pocas referencias de la ciudad más antigua, ofreciendo una mejor información de la ciudad celtibérica del siglo I a.C. y de la romana imperial, que presentan una ordenación en retícula irregular, sin dejar espacios libres o plazas, manteniendo, en general, un aspecto indígena y rural. Las calles eran irregulares en su ejecución y trazado; incluso existen diferencias de anchura en una misma calle. Están empedradas con cantos rodados de desigual tamaño. Para protegerse del viento frío, orientaron un mayor número de calles en dirección este-oeste, uniendo sus tramos escalonadamente para cortar el aire. Agruparon sus casas en manzanas, pero dispusieron alineadas las más próximas a la muralla, dejando una estrecha calle de ronda. Las calles irregulares tenían grandes piedras en el centro para pasar de una acera a otra sin enfangarse, ya que los desagües de las casas iban a las calles.



Las casas rectangulares, con tres pequeñas habitaciones y un corral, eran cálidas en invierno y frescas en verano, ya que, aunque su base era de piedra, estaban recrecidas con postes de madera y adobes, recubiertos con un manteado de barro y paja, techándolas con gavillas de centeno y acondicionando sus suelos con tierra apisonada. La habitación central era el lugar de reunión familiar, en torno al hogar, donde dormían y comían, sentados en los bancos corridos pegados a la pared; usaban la estancia posterior como despensa y la delantera, a modo de vestíbulo, para actividades textiles y de molienda. En el suelo de ésta última se abría una trampilla para acceder a una estancia inferior o cueva, excavada en el manto natural, que servía para conservar los alimentos, que estaban depositados en vasijas de todo género, situadas en los ángulos o alineadas junto a las paredes. La estructura urbana de las ciudades celtibéricas se mantuvo, a grandes rasgos, en la ciudad romana, con algunas ampliaciones sobre todo en la zona sur, conservando de este modo el carácter de núcleo indígena poco romanizado.

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