viernes, 25 de diciembre de 2009

TERCIOS ESPAÑOLES (1)




Marco de Ysaba, «Cuerpo enfermo de la Milicia española» (1594)





«Entenderán los Soldados del Capitán el honroso oficio que entre manos traen y han profesado:





* Que vienen a ser defensores, y aumentadores de la Santa Fe Catolica, y que guarden los preceptos de ella como tales.





* Que guarden y conserven la Cristiandad que en España han heredado.





* Que vienen a guar

dar y conservar los Reinos y Provincias de su Rey, y las que le fueren desobedientes y enemigas, castigarlas y conservarlas por su valor y armas.





* Que el más alto precepto de la Milicia es la obediencia».

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Tercios Heroicos





Finalizada la Reconquista, en los inicios del siglo XVI, la Infantería española, mandada por Don Gonzalo Fernández de Córdoba (1453-1515), el “Gran Capitán”, demostrará su valía venciendo a los ejércitos franceses en las batallas de Ceriñola y Garellano (1503) y extendiendo el poder de España por todo el Mediterráneo.





Los primeros Infantes iban armados, según su especialidad, con Alabarda, Arcabuz o Ballesta, y todos ellos portaban espada y daga, agrupándose en unidades llamadas Compañías, cada una de ellas mandada por un Capitán, auxiliado por un Alférez y un Sargento. Fueron muchos los Capitanes que entonces destacaron al mando de sus Compañías: Pedro Navarro, Balmaseda, Villalba, Zamudio, García de Paredes, Antonio de Leyva, Sancho Dávila y otros, cuyos nombres se cubrirán de gloria en la batalla de Pavía (1525), en la conquista de Túnez (1535) entre otras muchas acciones.





En 1534 la Infantería se organizó en Tercios, siendo los tres primeros (conocidos como «Tercios Viejos») los de Lombardía, Nápoles y Sicilia; al mando de cada uno de ellos se encontraba un Maestre de Campo. Una vez creados los Tercios, poseedores de una fe casi religiosa en su propia valía que les llevaba siempre a la victoria, bajo su furia cayeron derrotados el Elector de Sajonia en Mühlberg (1547) y Enrique II de Francia en San Quintín (1557). Salvaron Viena y Malta de los turcos, derrotándolos irremisiblemente en Lepanto (1571). En Nordlingen (1634) acabaron con el legendario Ejército sueco. Entraron al asalto por la brecha de Budapest. Lucharon en el norte de África y desde 1567, en larga y gloriosa contienda contra los insurrectos de Flandes, reflejada en unos versos popularizados entonces:





España mi natura,



Italia mi ventura,



¡Flandes mi sepultura!





¡Fueron tantos los Capitanes que se distinguieron al mando de los Tercios!: Don Fernando Álvarez de Toledo, Duque de Alba (Campañas de Italia y Flandes), Don Juan de Austria (Campañas de Granada, norte de África y Flandes y vencedor de la Cristiandad en Lepanto), Don Alejandro Farnesio, Gran Duque de Parma (Campañas de Flandes y Francia)...





Al lado de la Infantería que se bate contra Europa, no hay que olvidar a aquella otra que lo hace por todo el Imperio, en Hispanoamérica, en Asia, en las Filipinas, las Carolinas y las Marianas, en las plazas africanas, y que con su sufrimiento y dureza mantiene estos inmensos territorios en la Unidad Católica y bajo el poder de la Corona de las Españas:





Allende nuestros mares,



allende nuestras olas:



¡El mundo fue una selva



de Lanzas españolas!



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El europeísmo, destructor de los Tercios





Con la venida de los Borbones, el deslumbramiento promovido por los logros de la entonces eficaz administración del absolutismo francés, engendra el afán de ordenar las instituciones hispanas sobre el modelo de las de Francia. Felipe V, ignorante de nuestras tradiciones y sólo conocedor de las fórmulas políticas y jurídicas de Europa, en su anhelo de unificar una España, que para su mentalidad de absolutista francés no estaba todavía (!) bastante unida, soñó con transformarla en un jardín político al gusto de Versalles o de La Granja.





* Por eso rechazó la propuesta que en 1701 le hiciera el Marqués de Villena de restaurar las libertades castellanas, y aun extenderlas a los Virreinatos americanos.



* Por eso pisoteó los Fueros vascongados con continuos atropellos y suprimió las instituciones forales de Aragón y Cataluña y de Valencia, usando de la mentira artera de afirmar que las “castellanizaba”: cuando de veras lo que obraba era introducir en aquellos pueblos el absolutismo de su abuelo Luis XIV.



* Y por eso suprimió los Tercios en su “reforma” de 1704, sustituyéndolos por Regimientos al mando de Coroneles, según los modelos europeos francés, prusiano y austriaco.





El Carlismo como continuidad de Las Españas





Con palabras breves: los carlistas son lo que son por el mero hecho de permanecer los únicos leales al sentido histórico pleno de nuestra Patria. Y el Carlismo es lo que es, por ser –más que una cuestión dinástica, más incluso que una ideología de gobierno– un espíritu y una actitud ante la vida: la Comunión de fidelidades con los muertos que hicieron las Españas.





* Por eso el 22 de febrero de 2002, el Regente Don Sixto Enrique de Borbón, Abanderado de la Tradición afirmó que:





«La verdad de nuestra Tradición es la grandeza de nuestra Causa, la que prolongó en una suerte de Christianitas minor, pero de frontera y por tanto de combate, la Christianitas maior de los siglos medios, y que, con la Monarquía universal de mis abuelos Habsburgos, resistió los errores de la modernidad en su irrupción religiosa, como más adelante, con el legitimismo de mis abuelos Borbones carlistas, hizo frente a esos mismos errores en su expansión política».





* Por eso el 26 de junio de 1950, Su Majestad don Javier I, padre de don Sixto Enrique de Borbón, juraría los Fueros vascongados bajo el árbol de Guernica, y en diciembre de 1951, los catalanes en Montserrat, como antes jurara Su Majestad don Carlos VII, los mismos Fueros vascongados, el 3 de julio de 1875 también bajo el árbol de Guernica, y los de la Corona de Aragón el 16 de julio de 1872, en la Frontera de España. Es allí donde proclamaría a catalanes, aragoneses y valencianos:





«Hace siglo y medio que mi abuelo Felipe V creyó deber borrar vuestros Fueros del libro de las franquicias de la Patria. Lo que él os quitó como Rey, yo, como Rey, os lo devuelvo: que si fuisteis hostiles al fundador de mi Dinastía, baluarte sois ahora de su legítimo descendiente. Yo os devuelvo vuestros Fueros, porque soy el mantenedor de todas las justicias, y para hacerlo, como los años no transcurren en vano, os llamaré, y de común acuerdo podremos adaptarlos a las exigencias de nuestros tiempos».





* Por eso el pueblo carlista en armas se organizó en Tercios de Requetés, herederos de los gloriosos Tercios españoles, temidos y admirados en el mundo entero, en cuyos Estandartes y Guiones retuvieron el Águila Bicéfala y la Cruz de San Andrés, paseándolos por el campo de Batalla con el mismo orgullo y valor que lo hicieron nuestros antepasados.





La Tradición de Las Españas





La Tradición de Las Españas no nace en 1833. Sin embargo, es ésta la coyuntura histórica en que el Carlismo o tradicionalismo español asume la encarnación histórica de la Tradición patria. Por su misma fidelidad a la Fe y la ejecutoria de nuestros mayores, el Carlismo viene a constituir el eslabón que enlaza las nuevas generaciones con los antepasados en la trayectoria secular que nació en los días de la primera Reconquista. La escisión dinástica fue, así, el catalizador que avivó las conciencias evitando la ruptura total entre los españoles de Las Españas grandes y sus modernos sucesores.





El Carlismo no es otra cosa que la continuidad pura y simple de nuestras Españas, la pusillus grex de la Hispanidad, al decir de la Escritura (Lc 12,32). Por eso, en 2006, la Comunión Tradicionalista contra el moderno concepto de lo europeo, proclama que «somos descendientes de quienes desde 1517 hasta 1648 defendieron la Cristiandad que moría en combate con la Europa que empezaba» (Afirmaciones de la Comunión Tradicionalista, 12), y sigue haciendo suyos los amores que en 1594 Marco de Ysaba cifrara como fundamentales: «la Santa Fe Catholica, la Cristiandad, España, el Rey y la Milicia»:



Instrucciones de Carlos V a Felipe II sobre política exterior (Augusta a 18 de enero de 1548)





«Y aunque según la continua instabilidad y mudanza de las cosas terrenas, sería imposible daros ley cierta y entera para vuestra buena gobernación y de los reinos, señoríos y Estados que yo dejaré, todavía, por el amor paternal que os tengo, y deseo que acertéis por el servicio de Dios y descargo de mi conciencia y vuestra, tocaré aquí algunos puntos para vuestra instrucción, rogando a la divina clemencia y bondad, que es la que hace reinar a los reyes, quiera guiar en esto y en lo demás vuestro corazón, para que lo enderecéis a su santo servicio. Y así por principal y firme fundamento de vuestra buena gobernación, debéis siempre concertar vuestro ser y bien de la infinita benignidad de Dios, y someter vuestros deseos y acciones a Su voluntad, lo cual haciendo con temor de ofenderlo, tendréis Su ayuda y amparo, y acertaréis, lo cual converná para bien reinar y gobernar. Y para que Os alumbre y sea más propicio, debéis tener siempre muy encomendada la observancia, sustentamiento y defensión de nuestra santa Fe generalmente, y en especial en todos los dichos reinos, Estados y señoríos que nos heredaréis, favoreciendo la divina justicia y mandando que se haga curiosamente, y sin elección de personas y contra todos sospechosos y culpados, y teniendo solicitud y cuidado de obviar por todas las vías y maneras que pudiéredes con derecho y razón en las herejías y sectas contrarias a nuestra antigua Fe y religión».





Cristiandad



Hernando de Acuña, «Soneto al Rey Nuestro Señor»





«Ya se acerca, Señor, o ya es llegada



la edad gloriosa en que promete el cielo



una grey y un pastor solo en el suelo



por suerte a Vuestros tiempos reservada;





ya tan alto principio, en tal jornada,



os muestra el fin de Vuestro santo celo



y anuncia al mundo, para más consuelo,



un Monarca, un Imperio y una Espada;





ya el orbe de la tierra siente en parte



y espera con toda vuestra Monarquía,



conquistada por Vos en justa guerra,





que, a quien ha dado Cristo Su Estandarte,



dará el segundo más dichoso día



en que, vencido el mar, venza la tierra».





España



Eduardo Marquina, «En Flandes se ha puesto el sol»





«¡Por España! Y el que quiera



defenderla, honrado muera;



y el que, traidor, la abandone,



no tenga quien le perdone,



ni en tierra santa cobijo,



ni una Cruz en sus despojos,



ni las manos de un buen hijo



para cerrarle los ojos».





Rey



Pedro Calderón de la Barca, «El Alcalde de Zalamea»





«Al Rey la hacienda y la vida



se ha de dar; pero el honor



es patrimonio del alma,



y el alma sólo es de Dios».





Milicia



Libro de Job, 7,1





«Militia est vita hominis super terram».





Pedro Calderón de la Barca, «Poesía a los Tercios»





«Este Ejército que ves



vago al hielo y al calor,



la república mejor



y más política es



del mundo, en que nadie espere



que ser preferido pueda



por la nobleza que hereda,



sino por la que él adquiere;



porque aquí a la sangre excede



el lugar que uno se hace



y sin mirar cómo nace



se mira como procede.





Aquí la necesidad



no es infamia; y si es honrado,



pobre y desnudo un Soldado



tiene mejor cualidad



que el más galán y lucido;



porque aquí a lo que sospecho



no adorna el vestido el pecho



que el pecho adorna al vestido.





Y así, de modestia llenos,



a los más viejos verás



tratando de ser lo más



y de aparentar lo menos.





Aquí la más principal



hazaña es obedecer,



y el modo cómo ha de ser



es ni pedir ni rehusar.





Aquí, en fin, la cortesía,



el buen trato, la verdad,



la firmeza, la lealtad,



el valor, la bizarría,



el crédito, la opinión,



la constancia, la paciencia,



la humildad y la obediencia,



fama, honor y vida son



caudal de pobres Soldados;



que en buena o mala fortuna



la Milicia no es más que una



religión de hombres honrados».

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